Ha
sido un día espantoso. Intentas averiguar si ha sido porque tu jefe
te ha endosado a uno de los principiantes que ha entrado ese mes en
el bufete, o porque otro de tus superiores ha querido meterte mano y
has tenido que deshacerte de él de una manera poco decorosa, o
porque el aprendiz ha traspapelado unos documentos importantes y has
tenido que presentar tus excusas hacia el cliente, o si lo fue desde
el comienzo ya que no los has visto; sí, es eso, estás segura.
Estás
deseando llegar a tu destino para, por fin, estrujarlos entre tus
brazos como hace cuatro días que no haces. Sabes que en cuanto te
vean llegar correrán hasta ti y saltaran para agarrarte y besarte y,
sólo más tarde, esa noche tendrás que pedirles mil perdones y
prometerles miles de cosas que cumplirás con mucho gusto.
Doblas
la última esquina que te separa de ellos y quieres echarte a correr
pero sabes que los zapatos que llevas solo harán que tropieces y
tardes más. Abres el bolso y sacas la copia de las llaves que te ha
dado tu vecina por si necesitas algo. Abres la puerta y oyes sus
risas y sus gritos. Entras en la casa y los ves en el suelo riéndose
porque se están haciendo cosquillas entre ellos. Todavía no han
reparado en tu presencia. Te apoyas en la pared y recuerdas cuando
los vistes por primera vez, envueltos en sangre y llorando; lloros
que se calmaron cuando tú los arrullaste por primera vez. Recuerdas
lo plena y feliz que te sentiste cuando miraste en lo profundo de sus
orbes.
- ¡Mami! –grita tu pequeña y tu sales de tu ensoñación y te agachas para abrazarla bien fuerte mientras reparte besos a lo largo de todo tu rostro. Haces lo mismo con ella. Os separáis y la miras fijamente. Sus ojos verdes y profundos, igual a los tuyos, te hipnotizan y compruebas que no hay tristeza en ellos sino felicidad.
Miras
hacia tu otro pequeño. Él es más reservado y tímido así que das
el primer paso y lo coges en brazos. Le preguntas si no va a darte
ningún beso y ese es el incentivo que necesita para abalanzarse
sobre ti y decirte lo mucho que te quiere y te ha echado de menos.
Haces lo mismo que has hecho con tu hija y lo miras a los ojos, esos
ojos achocolatados que tanto te recuerdan a su padre.
Tu
día se ha vuelto perfecto en cuestión de segundos.
De
camino a casa se quedan dormidos, algo normal ya que debe de haber
sido un día agotador para ellos. Al entrar en vuestro hogar los
dejas con cuidado para no despertarlos en el sofá y vas a
prepararles la cena. Justo cuando apagas el fuego oyes ruidos en el
salón y te diriges rápidamente hacia allí; Evan acaba de
despertarse pero Elizabeth todavía duerme. Le haces una señal a tu
pequeño y os acercáis lentamente a Beth.
Primero
la besas, al no despertarse la zarandeas suavemente y al ver que
todavía sigue durmiendo Evan le mete un dedo en la oreja y acto
seguido Elizabeth chilla y le tira un cojín a la cara a Evan. Para
que su hermana no se enfade con él, Evan le da un beso en la mejilla
y después de eso Elizabeth olvida lo ocurrido.
Después
de darles de cenar, una cena llena de las historias de estos cuatro
días que habéis estado separados, los diriges a la ducha donde
pasáis un agradable rato. Luego de haberlos secado concienzudamente
y ponerles crema por todo el cuerpo les pones el pijama y los metes
en la cama. Los arropas bien a cada uno y les cantas su canción
preferida… ya están dormidos.
Sales
de su cuarto y vas a la cocina a prepararte un café. Allí
reflexionas sobre los pros y los contra de tu trabajo; ganan los
contra. Suspiras. Ya lo has hablado con John, él quiere que lo
dejes pero ambos sabéis que no puedes a menos que encuentres un
lugar de trabajo como profesora. Lanzas otro suspiro. Has acabado el
café y no sabes qué más hacer para prolongar el tiempo antes de
acostarte. Te diriges hacia vuestro cuarto… ese que te parece tan
oscuro sin John.
Estás
lista para acostarte pero no lo haces. Has escuchado ruidos extraños
y vas al cuarto de los niños porque crees que provienen de allí.
Abres la puerta y ves que no: ellos están muy tranquilos. Vuelves a
oír los ruidos y te das cuenta que provienen de la entrada. Te
asustas y entras en la habitación de tus hijos pero demasiado tarde
te das cuenta de tu error: es la primera puerta que mirará el
intruso, pero ya no puedes hacer nada. Oyes unos pasos que se acercan
y… se alejan. Entreabres la puerta y lo ves. Está de espaldas a
ti, es alto, de anchos hombros y caderas estrechas, tiene el pelo
corto y un poco rizado. Se gira pero no logras verle la cara, está
demasiado oscuro. Se acerca a la puerta y es cuando lo hueles: tiene
un olor extraño, peculiar. Pasa de largo y eso te extraña ya que
ésta es la primera habitación que creías que iba a mirar. Cuando
está a un par de metros de ti abres la puerta sin hacer ruido y te
acercas a él lentamente y, justo cuando vas a saltar a su espalda,
se gira y te sonríe mostrando esos dientes blancos perfectos y esos
hoyuelos que tanto amas.
Tu
marido ha vuelto a casa.
Me encanta, es precioso.
ResponderEliminarYa me he pasado eh, que dijiste que me pasara jajajaja.
Un beso.